De jóvenes, a veces, en nuestras conversaciones comiqueras decíamos que Marvel era más realista y DC más mitológica. La afirmación no es del todo falsa, pero es insuficiente. Ahora con el paso del tiempo pienso que no hay solo una diferencia estética o tonal entre ambas editoriales, sino dos concepciones radicalmente distintas del tiempo, la identidad y el legado en la ficción serial. En última instancia, dos maneras de administrar el mito moderno del superhéroe.
Marvel y la continuidad como contrato editorial
Desde su refundación en 1961, Marvel construyó algo que no era habitual en el cómic mainstream estadounidense: un universo cohesionado, donde los acontecimientos importaban y dejaban marca. No solo se compartía espacio (principalmente Nueva York), sino también memoria. Lo ocurrido en un cómic podía tener consecuencias en otro; una muerte no era un simple truco dramático sino, al menos durante años, un punto de no retorno.
Esa continuidad no era solo una herramienta narrativa: era un contrato implícito con el lector. Leer Marvel suponía aceptar que estabas entrando en una historia larga, acumulativa, donde el pasado pesaba. De ahí el famoso “todo cuenta”, que durante mucho tiempo fue una de las grandes promesas (y virtudes) de la casa.
Entre 1962 y aproximadamente 1985, ese modelo funcionó de forma sorprendentemente eficaz. Los personajes crecían, cambiaban de estatus, maduraban emocionalmente. Peter Parker envejecía, se casaba; los Cuatro Fantásticos tenían hijos; los X-Men morían y no siempre volvían. El universo Marvel se parecía menos a un mito eterno y más a una novela río, con avances, retrocesos y desvíos, pero con una sensación de progreso constante.
DC: veteranía, fractura y multiverso temprano
DC, en cambio, partía de una situación radicalmente distinta. Cuando Marvel inicia su andadura moderna, DC arrastra ya décadas de historia previa, con personajes nacidos en los años treinta y cuarenta, sometidos a reinicios suaves, cambios de tono y reinterpretaciones constantes. Superman, Batman o Wonder Woman no podían permitirse el mismo tipo de evolución acumulativa sin entrar en contradicción consigo mismos.
La solución fue temprana y elegante: el multiverso. Donde Marvel apostaba por una sola línea temporal (cada vez más densa), DC aceptó pronto que sus héroes podían existir en versiones paralelas, convivir con sus reinterpretaciones y justificarlas narrativamente. Tierra-1, Tierra-2, universos alternativos… No era un parche: era una forma de pensar el género.
Esto permitió algo fundamental: el cómic de autor dentro del mainstream. DC podía ofrecer “versiones” de Batman o Superman que no aspiraban a ser definitivas, sino significativas. Historias autocontenidas, sagas cerradas, reinterpretaciones radicales. El héroe no tenía por qué ser siempre el mismo: podía ser un símbolo mutable.
El legado: DC frente a Marvel
Esta diferencia estructural se refleja con claridad en el concepto de legado, especialmente visible en DC. La idea de que el héroe no es solo una persona, sino un rol transmisible, aparece de forma recurrente: Flash, Green Lantern, Robin… El sidekick no es solo un acompañante juvenil, sino un heredero potencial. El manto pasa de mano en mano.
En Marvel, este modelo es mucho más raro y, cuando aparece, suele ser problemático o revertido. Bucky, War Machine, incluso los intentos más recientes de “herederos” suelen acabar en retorno al statu quo. Marvel está más ligada a la identidad individual que al símbolo. Peter Parker es Spider-Man; Bruce Banner es Hulk. Sustituirlos no es una evolución natural, sino una anomalía temporal.
DC, en cambio, entiende al superhéroe como función narrativa antes que como biografía cerrada. Esto conecta con su raíz más mitológica: el héroe como arquetipo, no como sujeto histórico.
Cuando la continuidad se vuelve indigestión
Paradójicamente, el gran triunfo de Marvel acabó convirtiéndose en su mayor problema. A partir de los años noventa la continuidad dejó de ser una riqueza para convertirse en lastre. Décadas de historias acumuladas, contradicciones, resurrecciones estratégicas y eventos cada vez más grandilocuentes hicieron que el “todo cuenta” se transformara en “todo pesa”.
El lector nuevo se encontraba con una muralla de referencias; el veterano, con la sensación de que nada tenía consecuencias reales. La continuidad, que había sido orgánica entre 1962 y 1985, pasó a gestionarse a golpe de macroevento, retcon y relanzamiento encubierto. Marvel empezó a parecerse, irónicamente, a aquello de lo que había huido: una ficción que simula cambio sin asumirlo.
DC, por su parte, asumió con mayor naturalidad el reinicio periódico. Crisis, reinicios, Nuevos 52, Renacimiento… A veces con torpeza, otras con acierto, pero siempre desde la idea de que el universo puede reorganizarse sin pedir perdón. El multiverso no es un fallo del sistema: es el sistema.
Cuando DC quiso ser Marvel: la continuidad post-Crisis (1985-2005)
Crisis en Tierras Infinitas (1985-1986) no fue solo un gran evento editorial: fue una enmienda a la totalidad del modelo DC clásico. Por primera vez, la editorial decidió renunciar (al menos en apariencia) a su rasgo más distintivo, el multiverso, para adoptar una continuidad unificada y centralizada, mucho más cercana al modelo que Marvel llevaba explotando desde los años sesenta.
La lógica era comprensible. El multiverso, que durante décadas había servido para administrar la veteranía de personajes como Superman o Flash, empezaba a percibirse como una barrera de entrada para nuevos lectores. DC optó entonces por unificar su historia, limpiar contradicciones y ofrecer un “punto cero” desde el que relanzar sus iconos con una narrativa más moderna, coherente y, sobre todo, acumulativa.
El resultado fue extraordinario. Durante los quince o veinte años posteriores a Crisis, DC vivió una segunda edad dorada, marcada por una continuidad fuerte, controlada y sorprendentemente fértil. La reinvención de Superman por John Byrne, el Batman de Frank Miller, el relanzamiento de Wonder Woman por George Pérez, la Justice League de Giffen y DeMatteis, o la consolidación del legado en Flash y Green Lantern, demostraron que el modelo Marvel podía funcionar también en DC… quizá incluso mejor, gracias a la solidez mítica de sus personajes.
Por primera vez, DC parecía jugar al mismo juego que Marvel: los acontecimientos importaban, el tiempo avanzaba y los personajes cambiaban. La muerte de Superman, la caída y sustitución de Batman, el ascenso de Wally West como Flash definitivo o el peso creciente de los sidekicks convertidos en héroes plenos fueron hitos que solo podían funcionar dentro de una continuidad asumida como eje vertebrador.
Sin embargo, hacia mediados de los años 2000, comenzaron a aparecer los mismos síntomas que Marvel había sufrido antes. La continuidad, que había sido un motor creativo, empezó a convertirse en una carga estructural. Décadas de historias post-Crisis, eventos cada vez más interdependientes y la necesidad constante de justificar cada cambio dentro de una línea temporal única provocaron una sensación de agotamiento, tanto en autores como en lectores.
Al mismo tiempo, se hizo evidente una nostalgia creciente por los conceptos de la Edad de Plata: el sentido de maravilla, las versiones alternativas, la libertad imaginativa y la idea de que no todo tenía que encajar en una única cronología rígida. Autores y aficionados empezaron a reclamar, explícita o implícitamente, el regreso de aquello que Crisis había enterrado: la multiplicidad, la relectura, el mito entendido como variación.
Paradójicamente, DC descubrió entonces que su mayor fortaleza histórica no había sido un problema a corregir, sino un patrimonio a reivindicar. El retorno progresivo del multiverso, las reinterpretaciones y los universos paralelos no fue una marcha atrás, sino una reconciliación con su propia identidad. Tras intentar ser Marvel durante dos décadas, DC volvió a aceptar que su naturaleza no era la de una novela continua, sino la de un corpus mitológico en permanente reformulación.
Dos modelos, dos formas de leer
En el fondo, Marvel y DC proponen dos pactos distintos con el lector. Marvel te invita a acompañar a unos personajes a lo largo del tiempo, a crecer con ellos, a recordar. DC te ofrece variaciones sobre un mismo mito, lecturas paralelas, interpretaciones sucesivas.
Ninguno es superior al otro. Simplemente responden a dos concepciones distintas de la ficción serial: una más novelística, otra más mítica; una obsesionada con la memoria, otra con la relectura; una que teme romper la línea, otra que vive de hacerlo.
Pero a los lectores, a mí al menos, nos siguen encantando ambas. ¿O no?
Víctor Martínez

