En 1975, un cómic aparentemente menor, Giant-Size X-Men #1, marcó un antes y un después en la historia del cómic de superhéroes. En sus páginas, un nuevo grupo de mutantes —diverso, internacional y lleno de conflictos internos— resucitaba una colección olvidada de los años sesenta para transformarla en el fenómeno editorial más influyente de la historia del cómic moderno. Lo que vino después, bajo la dirección de Chris Claremont, fue mucho más que una etapa larga y exitosa: fue una revolución narrativa y emocional que redefinió al superhéroe como espejo de la sociedad contemporánea.
El renacimiento: de serie cancelada a fenómeno global
Los X-Men originales creados por Stan Lee y Jack Kirby en 1963 habían sido, paradójicamente, una de sus series menos populares. La idea de jóvenes marginados con poderes mutantes —una metáfora directa de la diferencia y la exclusión— era potente, pero su ejecución inicial no logró conectar con el público. En 1970, Marvel canceló la serie, limitándose a reeditar antiguos números.
Cinco años después, el editor Len Wein y el dibujante Dave Cockrum decidieron relanzar el concepto con un enfoque radicalmente nuevo. En Giant-Size X-Men #1, reunieron a un grupo multicultural de mutantes: Tormenta, Coloso, Rondador Nocturno, Ave de Trueno, Banshee, Fuego Solar y, sobre todo, Lobezno. Todos ellos debían rescatar a los miembros originales desaparecidos en la isla viva Krakoa. Así nacía la llamada Segunda Génesis (Second Genesis), título que simbolizaba una refundación completa del mito mutante.
Wein pronto abandonó la colección, y el destino quiso que un joven guionista británico recién incorporado a Marvel tomara las riendas. Su nombre: Chris Claremont. A partir del número 94 de Uncanny X-Men, su visión transformaría por completo la narrativa del cómic estadounidense.
Claremont y la madurez emocional del superhéroe
Lo que Claremont trajo al cómic fue algo inédito: profundidad psicológica, continuidad emocional y desarrollo de personajes a largo plazo. Los mutantes no eran simples arquetipos; eran individuos complejos, llenos de dudas, contradicciones y traumas. Sus historias ya no giraban en torno a vencer villanos, sino a aprender a convivir consigo mismos y con un mundo que los odiaba.
La frase “Hated and feared by the world they have sworn to protect” se convirtió en el núcleo temático de la serie. A través de los mutantes, Claremont abordó el racismo, la xenofobia, el feminismo, la identidad sexual, el nacionalismo y la diversidad cultural. En plena Guerra Fría y en la era de los movimientos por los derechos civiles, los X-Men se convirtieron en un espejo de la sociedad real, mucho antes de que las viñetas de superhéroes asumieran ese tipo de discursos.
Su estilo narrativo —abundante en monólogos internos, metáforas y subtramas que se extendían durante años— redefinió el lenguaje del cómic serializado. Los personajes crecían, se enamoraban, morían y resucitaban, pero de un modo orgánico, emocionalmente coherente. Claremont convirtió lo que antes eran clichés en tragedias íntimas.
La nueva mitología mutante
Claremont no solo desarrolló personajes, sino una mitología propia. Introdujo a figuras como Fénix, Mística, Gambito, Kitty Pryde, Emma Frost, Pícara y Magik, entre muchos otros. La evolución de Jean Grey y su trágica conversión en el Fénix Oscura (The Dark Phoenix Saga, 1980) marcó el punto culminante del cómic superheroico moderno, anticipando la complejidad moral y el dramatismo de obras posteriores como Watchmen o The Dark Knight Returns.
Junto a dibujantes legendarios como John Byrne, Dave Cockrum, Paul Smith o Marc Silvestri, Claremont expandió los límites del género: desde sagas cósmicas (La Saga de Fénix Oscura, El Nido) hasta distopías políticas (Días del Futuro Pasado), exploró todos los registros posibles del cómic popular sin perder nunca la conexión emocional con sus lectores.
El equipo como familia
Una de las grandes innovaciones de Claremont fue redefinir el concepto de “equipo” en los superhéroes. La Patrulla-X no era una organización militar ni una liga de héroes, sino una familia disfuncional, un grupo de marginados que encontraban en el otro el refugio que la sociedad les negaba. Xavier era tanto mentor como figura paterna; Cíclope, el hijo responsable; Lobezno, el hermano salvaje; Tormenta, la figura maternal. Esta estructura emocional —más cercana a una novela coral que a un cómic de acción— se convirtió en el sello distintivo de la serie. Todo esto estaba ya ahí desde la creación del título en los sesenta, pero nunca había sido tan bien desarrollado.
El impacto cultural y la herencia
El éxito fue tan descomunal que los X-Men pasaron de ser un título secundario a convertirse en la columna vertebral de Marvel en los años ochenta. Las series derivadas (The New Mutants, Excalibur, X-Factor, Wolverine) multiplicaron el universo mutante, mientras su espíritu inspiraba a toda una generación de guionistas posteriores: desde Grant Morrison hasta Jonathan Hickman.
En el terreno cultural, los mutantes se convirtieron en el símbolo por excelencia de la diferencia. Su narrativa sobre el rechazo social, el miedo al otro y la lucha por la aceptación los hizo especialmente relevantes para minorías raciales, sexuales o culturales. En muchos sentidos, X-Men fue el cómic más político de su tiempo.
Claremont, el autor total
Entre 1975 y 1991, Claremont escribió 17 años ininterrumpidos de Uncanny X-Men, una cifra que ningún otro guionista ha igualado en influencia o duración dentro de un título mainstream. Su salida, tras tensiones editoriales y el auge de dibujantes estrella como Jim Lee, marcó el fin de una era.
Pero su legado permanece. Sus mutantes no solo salvaron al cómic de superhéroes del agotamiento comercial de los setenta: lo transformaron en un vehículo maduro de exploración humana.
La “Segunda Génesis” de los X-Men no fue solo un relanzamiento editorial: fue el renacimiento moral y emocional del cómic americano. A través de sus páginas, Claremont y sus colaboradores demostraron que los superhéroes podían ser tan profundos, trágicos y humanos como cualquier personaje de la literatura moderna.
El mundo puede seguir temiendo y odiando a los mutantes, pero los lectores —desde 1975 hasta hoy— nunca han dejado de amarlos.
Víctor Martínez

